martes, 19 de julio de 2011

CÓMO FUNCIONA UNA ESCUELA DE AGRADECIMIENTO

PRIMER PASO: CONOCER Y VIVIR LA ESPIRITUALIDAD

Para poner en marcha una "escuela de agradecimiento", es necesario que quien tiene la iniciativa conozca primero la espiritualidad de los Franciscanos de María y la esté intentando practicar. También debe conocer, al menos teóricamente, el método de funcionamiento de las escuelas.

La espiritualidad del agradecimiento es una espiritualidad que tiene muchas facetas, pero que se puede resumir en una palabra y en dos personajes como modelos para vivir esa palabra. La palabra es gratitud y los personajes son la Santísima Virgen María y San Francisco de Asís.

El agradecimiento es una virtud humana que todos deberíamos practicar para ser verdaderos seres humanos maduros. Desde esta perspectiva meramente humana, se practica hacia muchos: los padres, que nos han dado la vida; todos los que nos dan o nos han dado en algún momento apoyo y afecto; los que nos han ayudado en cuestiones económicas o laborales; los que han contribuido a nuestra formación, y un largo etcétera. Pero, sobre todo, el agradecimiento es una virtud que tiene una profunda raíz cristiana, pues no en vano Cristo quiso que su liturgia, su modo perfecto de relacionar a Dios con los hombres, fuera una "acción de gracias", una "Eucaristía". Vivir el agradecimiento desde una perspectiva religiosa significa vivirlo desde una perspectiva humana y añadirle la dimensión espiritual, o lo que es lo mismo: introducir en los motivos de agradecimiento la deuda de amor que tenemos para con Dios y darle a la gratitud el carácter de "deber", tanto cuando se aplica a Dios como cuando se aplica a los hombres. El cristiano es consciente del infinito amor que Dios le tiene y sabe que tiene para con su Señor un "deber" de gratitud; sabe también que esa gratitud es una obligación para con el prójimo –familia, amigos y todos los demás que han hecho algo por él de alguna manera-. La "escuela de agradecimiento" va a intentar despertar en el "alumno" que acude a ella la conciencia de esa deuda y de esos deberes. Se tratará, pues, de hacerse conscientes de que Dios nos ama y de que hay muchas cosas en la vida que están yendo bien, por mucho que haya otras que están yendo mal. Se asiste a la "escuela de agradecimiento" para aprender a agradecer, a Dios y al prójimo, y para ello hay que ir descubriendo cuáles son los motivos de agradecimiento.

Si esta es la espiritualidad, los dos modelos que tenemos los Franciscanos de María para intentar vivirla son la Santísima Virgen y San Francisco de Asís.

Fue San Francisco aquel al cual el Señor le reveló su dolor porque los hombres no le amaban y sólo acudían a Él a pedirle cosas; las palabras del santo de Asís: "El Amor no es amado", son una expresión del dolor que sienten los verdaderos cristianos cuando comprenden que el Señor sufre al no encontrar en los hombres el amor al que tiene derecho. Hacer amar al Amor, hacer amar a Cristo que es el Amor, y empezar a amarlo uno mismo, es el objetivo de los "misioneros del agradecimiento" y, como se ha dicho, tienen en San Francisco un modelo histórico de primera magnitud.

En cuanto a la Santísima Virgen, ella más que nadie vivió esta espiritualidad, pues en su corazón purísimo no cabía otra motivación para amar a su divino Hijo que la gratitud. Si nadie ama a un hijo como su padre o su madre, nadie como María nos puede enseñar a amar a Jesús. En ella no había sombra de egoísmo para relacionarse con Jesús, ni tampoco de miedo. No hacía las cosas por deseo de ir al cielo o por temor de ir al infierno, aunque, naturalmente, su deseo era estar la vida entera en el paraíso. Más allá del legítimo interés por salvarse, lo que primaba en el Corazón Inmaculado de María era la gratitud hacia Dios. Toda su vida, podemos afirmarlo, fue una verdadera "eucaristía", una continua acción de gracias.

Es importante aclarar desde el principio que tanto la Santísima Virgen como San Francisco de Asís son dos personajes cien por cien católicos. Ambos nos remiten, por lo tanto, a la fidelidad plena a la Iglesia católica, al Vicario de Cristo en la tierra –el Papa- y a los Obispos diocesanos, sucesores de los Apóstoles. Ninguna sombra de duda puede quedar sobre este aspecto, tanto en el que pone en marcha un grupo como en los que participan en él.

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