domingo, 7 de agosto de 2011

Queridos Franciscanos de María.

Fecha: sábado, 6 de agosto de 2011, 10:40




Queridos franciscanos de María, la palabra de vida de esta semana se nos ofrece como una invitación a la confianza en un momento en el que todo parece decir que no hay motivos humanos para ello. Con la economía de Estados Unidos como nunca –y no digamos la española, o la italiana o la europea en general-, parece como si los cimientos del mundo se resquebrajaran. Nuestra época se parece a aquella otra en la que se vio arder y ser saqueada a la espléndida Roma, que dejó de ser la capital de un imperio para convertirse en una hermosa y gloriosa ruina. Y si esto pasa a nivel mundial, cada uno tendrá seguramente sus propios miedos, incertidumbres, angustias. Algunas serán económicas e irán ligadas a la situación general. A otros les hará temblar la salud o llorarán por algún ser querido que ha muerto o verán cómo su familia se desintegra. Y entonces, ante tantas dificultades, sentiremos lo que el apóstol cuando intentó andar sobre el agua: que el suelo no es firme, que se hunde bajo nuestros pies, que nos hundimos, que nos ahogamos. Y quizá también entonces le preguntaremos al Señor por qué nos ha abandonado, por qué no nos rescata del abismo, por qué parece sordo y ciego ante nuestro dolor. Y hasta es posible que dudemos de Él, de su existencia o de su amor. Así somos los hombres: cuando todo va bien nos atribuimos el mérito y cuando va mal responsabilizamos a Dios.

Por eso, ante todo, el mensaje de esta semana nos invita a no perder la calma, a recordar que en nuestra vida y en la del mundo ya hemos pasado por situaciones difíciles anteriormente y que si nos aferramos a Dios saldremos de esta como hemos salido de otras. Creer en Dios es imprescindible en los buenos momentos para que el éxito no se nos suba a la cabeza –y eso no lo hemos hecho cuando la opulencia nos envolvía y vivíamos días de vino y rosas-, pero al menos deberíamos hacerlo por nuestro propio bien cuando la situación se vuelve difícil y todo se viene abajo. Siempre es la hora de la fe. Antes, cuando iba bien, por justicia y agradecimiento, ahora al menos por interés.

Volvamos a Dios y ayudemos a tantos que están desorientados y confusos a volver. Cuando pase la tormenta quizá escuchemos al Señor decirnos: “hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”. Pero, para que si nos lo dice no sea tan fuerte su regañina, hagamos todo lo posible por mantener la calma y la confianza. Y por ayudar a los que, por no tener una experiencia de Dios, se hunden alrededor nuestro sin esa tabla de salvación que es tener fe.

Esta semana, por otro lado, van a ir llegando los peregrinos para la JMJ. El sábado próximo comenzaremos nuestro congreso en nuestra casa de ejercicios espirituales. Allí daremos el pistoletazo de salida a la rama juvenil de nuestro movimiento, los “Jóvenes por el Papa”. Es tiempo de crisis, pero también es una hora muy apropiada para acoger la petición de Cristo que hoy, como en la época de San Francisco, nos pide ayuda y nos dice “Repara mi casa que, como ves, amenaza ruina”. Os pido oraciones para que todo vaya bien, para que todo vaya según el Señor y su Santísima Madre han previsto.

         P. Santiago

XIX domingo: ¿Por qué has dudado?

Franciscanos de María


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XIX domingo: ¿Por qué has dudado?



7 de agosto de 2011



“Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: ‘¡Señor, sálvame!’. En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ‘¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?’” (Mt 14, 31-33)





Lo normal en la vida es atravesar momentos de duda, momentos en los cuales nos parece que Dios está muy lejos de nosotros, si es que existe. Son los momentos decisivos, los momentos en que se pone a prueba nuestra fe. Quisiéramos que el Señor nos respondiera siempre rápidamente, que nunca tuviéramos la sensación de soledad, que Dios nos solucionara los problemas cuando nos agobian.

En cambio, la enfermedad, la decepción, el fracaso, nos hacen sentir con toda su crudeza el peso de aquella cruz que llevó Cristo sobre sus hombros y que también a él le llevó a preguntarle al Padre por qué le había abandonado.

Para salir de esta situación no hay nada como recordar los dones recibidos en el pasado, las pruebas que en tantas ocasiones Dios nos ha dado de su existencia y de su amor solícito por nosotros. Desde ahí, no nos queda más remedio que ponernos en sus manos y, pidiéndole que nos ayude, hacer como Pedro: arrojarnos al lago para hacer lo imposible: andar sobre las aguas con la ayuda de Dios. Y si sentimos que nos hundimos, que nos falta la fe, no dudemos en pedir ayuda como hizo San Pedro, aunque el Señor nos regañe por nuestra poca fe. Andar sobre el agua, símbolo de entender los planes de Dios, no nos es posible. Del mismo modo que nuestra naturaleza impide lo que permite a los peces, nuestra inteligencia se encuentra limitada para comprender los planes de Dios. Pero tener fe sí es posible. Creer sin entender, aceptar el misterio, asumir que Dios es más grande que nosotros, está a nuestro alcance, con su gracia.

Propósito: Cuando tengas un problema y te parezca que Dios no te ayuda, recuerda momentos anteriores. Ten paciencia y no olvides que Dios escribe derecho con renglones torcidos.

martes, 2 de agosto de 2011

"PERO....SOLO TENGO ESTO, SEÑOR.

Se dice que:
    Cuando los pastores se alejaron y la quietud vovió, el Niño del Pesebre levantó la cabeza y miró la puerta entreabierta.
Un muchacho joven, tímido, estaba allí, temblando y temeroso.
   -Acércate le dijo Jesús, ¿por qué tienes miedo?
   -No me atrevo......no tengo nada para darte.
   -Me gustaría que me des un regalo, dijo el recién nacido.
El joven intruso enrojeció de verguenza y balbuceó;
   -De verdad no tengo nada...nada es mío, si tuviera algo, algo mío te lo daría.....
   -Mira....
Y buscando en los bolsillos de su pantalón andrajoso, sacó una hoja de cuchillo
herrumbrada que había encontrado.
   -Es todo lo que tengo, si la quieres te la doy....
   -No, -contestó Jesús...
   -Guárdala. Querría que me dieras otra cosa. Me gustaría que, me hicieras tres regalos.
   -Con gusto dijo el muchacho pero....¿qué?
   - Ofréceme el último de tus díbujos...el chico, cohibido, enrojeció.
   -Se acercó al pesebre y, para impedir que José y María lo oyeran, murmuro algo al oído del niño Jesús...
   -No puedo...mi díbujo es horrible....¡nadie quiere mirarlo...!
   -Justamente, por eso lo quiero...siempre tienes para ofrecerme lo que los demás rechazan y lo que no les gusta de ti. Además quisiera que me dieras tu plato.
   -Pero...¡lo rompí esta mañana! tartamudeó el chico.
   Por eso lo quiero...Debes ofrecerme siempre lo que está quebardo en tu vida, Yo quiero arreglarlo...
Y ahora insistió Jesús....
   -repíteme la respuesta que le diste a tus Padres, cuando te preguntaron como habías roto el plato.
   -El rostro del muchacho se ensombreció, bajo la cabeza avergonzado y, tristemente, murmuró:
   Les mentí...Dije que el plato se me cayó de las manos, pero no es cierto...¡estaba enojado y, lo tiré con rabia!
   -Eso es lo que quería oírte decir, dijo Jesús,
   -dame siempre lo que hay de malo en tu vida, tus mentiras, tus calumnias, tus cobardias. Yo voy a descargarte de ellas...No tienes necesidad de guardarlas...
---Quiero que, seas feliz y siempre voy a perdonar tus faltas.
   -A partir de hoy me gustaría que vinieras todos los días a mi Casa.